martes, 14 de mayo de 2013

De cómo el poder del super-aprendizaje nos convirtió en amos del universo


Hace unos 13.700 millones de años, hubo una gran explosión, conocida como Big Bang, que dio origen a toda la materia y la energía que tenemos actualmente en el Universo.

Después de esta explosión, el Universo comenzó a enfriarse y a expandirse, y la materia salió impulsada con gran energía en todas direcciones. Los choques y un cierto desorden hicieron que la materia se agrupara y se concentrase más en algunos lugares del espacio, y se formaron las primeras galaxias.

Hace unos 4.600 millones de años, en una cierta zona del espacio, como sucedía al mismo tiempo en infinidad de otras partes del Universo, una inmensa nube de gas y polvo se contrajo a causa de la fuerza de la gravedad y comenzó a girar a gran velocidad, formando el Sistema Solar, con su estrella central y un conjunto de planetas, entre los que se encontraban la Tierra.

Hace unos 3.500 millones de años las condiciones químicas del planeta Tierra dieron lugar a un complejo caldo de cultivo que facilitó el surgimiento de una serie de procesos enzimáticos que permitieron la transformación de la materia inorgánica en materia orgánica.

A través de los mecanismos del azar que producían millones de combinaciones cada día en todo el planeta, se originaron nuevas moléculas. La mayoría de estas moléculas eran inestables y se destruían con rapidez, pero otras eran más estables, perduraban más en el tiempo y eran usadas en nuevos experimentos, uno tras otro, día tras día, año tras año, milenio tras milenio.

Trillones de combinaciones después, también por puro azar, surgieron unas moléculas capaces de autoreplicarse. Pero la autoreplicación no siempre se producía en condiciones adecuadas. A veces se producían errores en la replicación, de tal forma que las nuevas moléculas no eran idénticas a sus progenitoras, y esa sutil diferencia podía representar una ligera ventaja o desventaja con respecto a las demás moléculas, en unas determinadas condiciones del entorno.

Millones, billones, trillones de experimentos más tarde, surgió una molécula capaz de rodearse de una membrana, dando lugar a la primera célula procariota. Con el tiempo llegó a haber muchas versiones diferentes de la célula original, cada una con diferentes probabilidades de supervivencia en diferentes entornos.

Así fue como comenzó la evolución de las especies.

Algunas células eran más capaces de sobrevivir en unos determinados hábitats que en otros, lo cual llevó a la primera especialización de la vida en la Tierra.

A través del proceso de la evolución, se iban produciendo cambios en el perfil genético de una población de individuos, debido casi siempre a la acumulación por selección natural de variaciones genéticas ventajosas de efecto relativamente pequeño, pero que podían llevar a la aparición de nuevas especies, a la adaptación a distintos ambientes o a la aparición de novedades evolutivas.

En los últimos mil millones de años, organismos pluricelulares simples, tanto plantas como animales, comenzaron a aparecer en los océanos. Poco después del surgimiento de los primeros animales, la explosión cámbrica vio la creación de la mayoría de los animales modernos.

Hace alrededor de 500 millones de años, las plantas y hongos colonizaron la tierra, y fueron seguidos rápidamente por los artrópodos y otros animales, llevando al desarrollo de los ecosistemas terrestres con los que estamos familiarizados.

Los primeros homínidos se separaron de la línea de los simios hace unos cuatro o cinco millones de años. Y hace unos 200.000 años aparecieron los seres humanos modernos (Homo Sapiens), cuyo encéfalo tenía una capacidad craneal de 1.400 centímetros cúbicos, lo que representaba un record histórico.

Desde el punto de vista de la genética, los seres humanos no somos muy distintos de otros primates.

Sin embargo, aunque compartimos la mayor parte de nuestros genes con gorilas y chimpancés, las pequeñas mutaciones que dieron lugar a nuestra especie, hicieron que fuésemos muy diferentes en el resultado final.

Estas pequeñas mutaciones de unos pocos genes dieron lugar a cambios muy importantes que afectaban a muchos otros genes, e inhibían a otros, produciendo efectos en cascada que influyeron en la aparición de características como el desarrollo del lenguaje humano, o la potenciación de las funciones cerebrales superiores.

Estos desarrollos, generalmente asociados al crecimiento de la corteza cerebral superior, nos han permitido adquirir la capacidad clave para la evolución cultural, el aprendizaje, que ninguna otra especie posee en grado parecido, originando la posibilidad de adicionar progresivamente nuevos conocimientos a la experiencia humana.

El super-poder del aprendizaje ha sido una herramienta tan exitosa que acabó permitiendo que nos convirtamos, en apenas unos milenios, en los reyes absolutos del planeta Tierra, verdaderos amos del universo conocido. Todas las demás criaturas animales quedaron reducidas a mero ganado para nuestra alimentación o mascotas para nuestra diversión.

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