martes, 4 de junio de 2013

Palomas suicidas y premios al aprendizaje

El famoso psicólogo norteamericano Frederic Skinner, uno de los padres del conductismo, dirigió durante la Segunda Guerra Mundial un proyecto que consistía en entrenar palomas para ser usadas como proyectiles suicidas.
Skinner consiguió que las palomas, cargadas de explosivos, aprendiesen a reconocer formas de barcos, aviones y tanques enemigos. Cada paloma seguía solamente la figura que había aprendido a seguir, e incluso llegó a conseguir que equipos de tres palomas trabajasen juntas picoteando en dirección a un objetivo, para eliminar así fallos individuales.
¿Cómo consiguió Skinner que las palomas adquirieran este prodigioso aprendizaje?
Lo hizo aplicando el poderoso principio del “refuerzo positivo”: cada vez que una paloma realizaba una acción requerida por el investigador (normalmente al principio por puro azar), éste le premiaba de forma inmediata con comida.
De este modo, la acción quedaba reforzada y la probabilidad de que la paloma la repitiese se incrementaba. Después, Skinner iba premiando progresivamente nuevas acciones de la paloma consecutivas a la primera, hasta que ésta llegaba a aprender una conducta que podía ser muy sofisticada.
Por supuesto esta forma de aprendizaje no es exclusiva de las palomas.
Constituye la esencia misma del aprendizaje en cualquier especie animal, incluido el ser humano: lo que nos produce placer y bienestar (como la comida), queda reforzado; lo que nos causa malestar y desagrado, queda relegado al cajón de conductas indeseables.
En el campo del aprendizaje, los cursos bien diseñados y especialmente los juegos serios, aplican también este principio ofreciendo a los participantes retroalimentación en forma de premios o castigos a medida que avanzan y llevan a cabo acciones.
Estos premios (puntos, vidas, diplomas, ranking de clasificación, elogios y mensajes de felicitación, etc.) envían mensajes de éxito a los participantes y les animan a que sigan avanzando para ganar premios adicionales.
Por supuesto los participantes también pueden obtener recompensas intrínsecas de su aprendizaje, como la satisfacción con el progreso que van alcanzando, la interacción con otros compañeros o la mejora de sus habilidades y conocimientos.
Este tipo de retroalimentación continua e incremental es imprescindible y debe ir mucho más allá del clásico “bien hecho” o “lo siento, inténtelo de nuevo” que encontramos en los tests finales de muchos cursos.
El objetivo general es importante, pero son las metas intermedias las que hacen que los participantes sigan adelante.
La retroalimentación motiva y estimula a la acción. ¡Utilicémosla!



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