martes, 9 de julio de 2013

El valor de la intuición

El psicólogo Gerd Gigerenzer llevó a cabo un experimento en el que preguntó a gente de la calle qué acciones bursátiles creían que iban a subir o bajar en los siguientes días.
Acertaron en el 50% de los casos, es decir estaban en el nivel del azar.
Sin embargo, cuando se hizo la misma pregunta a expertos financieros, sólo acertaron en un 40% de las veces.
En otro experimento realizado por este psicólogo, se preguntó a ciudadanos alemanes qué ciudad americana creían que tenía más habitantes, entre San Diego y San Antonio.
Acertaron en una proporción superior a los ciudadanos norteamericanos que respondieron a esta misma pregunta.
La explicación a ambos experimentos es que no siempre el análisis profundo de las alternativas disponibles conduce necesariamente a mejores decisiones que la simple intuición.
A veces, como en estos casos, conduce a decisiones peores.
Los alemanes acertaron más que los estadounidenses respecto a qué ciudad americana es mayor, precisamente porque tenían menos información que ellos.
De hecho casi la única información que tenían era que San Diego les sonaba más que San Antonio.
Muchos ni siquiera sabían que esta última era una ciudad estadounidense.
De modo que los ciudadanos alemanes utilizaron una regla heurística para hacer su elección.
Esta regla vendría a ser algo como: "si uno de dos objetos es reconocido y el otro no, entonces infiere que el objeto reconocido tiene un valor mayor respecto al criterio de elección".
Los norteamericanos tenían mucha más información que procesar.
Y en su intento de tomar en cuenta toda esa información para producir su elección, acabaron eligiendo peor.
Las reglas heurísticas son atajos mentales que utilizamos, generalmente de forma inconsciente, para guiar muchas de nuestras decisiones.
Nos permiten tomar decisiones sin pensar demasiado, teniendo en cuenta sólo ciertos aspectos superficiales del asunto en cuestión.
Los experimentos de Gigerenzer demuestran que una decisión tomada en base a una regla heurística no es necesariamente irracional.
Y a veces incluso puede ser más acertada que una decisión tomada después de una larga consideración.
Esto sucede especialmente cuando hay demasiados elementos que manejar en un ambiente de incertidumbre y riesgo.
En estos casos suelen funcionar mejor los criterios de decisión simples.
Cuando tenemos demasiada información a menudo intentamos crear modelos predictivos que tengan en cuenta todos los factores conocidos.
Pero estos modelos pueden fracasar cuando intentan predecir el futuro, debido a la dificultad de su ponderación y a que las condiciones van variando.
Como consecuencia, acabarán generando una elección que puede ser peor que la elección más simple basada en la idea genérica de que San Diego es más conocida que San Antonio.
Por supuesto no siempre la intuición es superior al análisis lógico en profundidad.
De hecho, todas las reglas heurísticas tienen sus puntos débiles.
Por ejemplo, esta regla heurística del reconocimiento, que postula que entre dos objetos probablemente tenga mayor valor el que es más conocido, sólo funciona en algunos casos.
Funciona bien cuando se trata de averiguar cuestiones como qué ciudad es más grande.
Pero no funciona si se trata de averiguar qué ciudad se encuentra situada a mayor altura.
En este caso el reconocimiento del objeto no está de ninguna forma correlacionado con el criterio considerado.
De modo que la regla heurística del reconocimiento no será de ninguna utilidad.
Pero si somos capaces de comprender la lógica que subyace detrás de los atajos de decisión intuitiva, podremos en muchas ocasiones optimizar nuestras decisiones.
Justamente, en una sociedad en la que cada vez hay más datos, la intuición se convierte en una herramienta de elección cada vez más valiosa.

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