lunes, 21 de octubre de 2013

Susurros de placer, gritos de dolor

Si nos dicen que nuestro vecino, a quien acabamos de conocer, es una persona muy amable, muy hospitalaria y muy benévola, pese a que una vez fue condenada por estafa, nuestro cerebro guardará básicamente el dato de que nuestro vecino es un redomado estafador.
Y apenas recordará sus otras bondadosas cualidades.
Los humanos, no sólo hemos desarrollado muchas más emociones negativas que emociones positivas, sino que además, las primeras se imponen a la segundas.
De modo que cuando nos encontramos con una oportunidad y con una amenaza, aunque sean de igual intensidad, nuestro cerebro está programado para dar mayor peso a la amenaza.
Este sesgo negativo de la naturaleza humana en presencia de factores amenazadores, ha sido demostrado de mil maneras.
Por ejemplo, se ha comprobado a través de escáneres cerebrales midiendo nuestras reacciones cuando vemos cuadros positivos –una pizza, un Ferrari…-, o cuadros negativos –una cara deforme, un gato muerto…
Los impactos negativos producen siempre una mayor actividad eléctrica en el cerebro que los impactos positivos.
El miedo, el dolor y las demás emociones negativas, tienden a imponerse a las emociones positivas.
Esta primacía de los factores negativos sobre los positivos se debe a que, en términos evolutivos, los seres humanos nos enfrentamos a más amenazas que oportunidades.
Y además, las amenazas tienen un carácter más crítico que las oportunidades.
En el pasado remoto, nuestra supervivencia dependía en buena medida de que fuésemos capaces de detectar un peligro con la suficiente rapidez, y dedicásemos todos nuestros recursos a hacerle frente.
Y aún hoy en día, las consecuencias de pasar por alto que nuestro vecino es un estafador en potencia, suelen ser más graves que las de ignorar que es un tipo amable.
Por eso, las investigaciones muestran que juzgamos a un extraño de forma negativa cuando nos proporcionan un dato positivo acerca de él y otro negativo, en lugar de juzgarle de forma neutra.
Prestamos inmediatamente atención a las noticias que implican una amenaza, en mucha mayor medida que la atención prestada a las informaciones que indican posibles oportunidades.
A la hora de formular nuestras decisiones económicas, nos apartamos de los principios básicos de la probabilidad.
Primamos la aversión a perder por encima del deseo de ganar, debido a que una pérdida económica nos duele exactamente el doble que la satisfacción que obtenemos con un beneficio de la misma cuantía.
Y dado que los eventos negativos nos afectan emocionalmente más que los eventos positivos, nos duele de un modo más intenso y persistente un insulto o una humillación, que el placer que sentimos cuando nos elogian.
Igualmente, en la medida en que nuestro cerebro tiene una propensión natural a la negatividad, los estudios muestran que se requiere que se produzcan, como media, aproximadamente 5 veces más eventos positivos que negativos para que una pareja tenga la impresión subjetiva de que su matrimonio va bien y es feliz.
En todos los órdenes de la vida, el temor, el dolor y las emociones negativas mostrarán su fuerza y poder devastador, imponiéndose a cualquier otra emoción.
Por eso nos resulta prácticamente imposible gozar de la felicidad o de los placeres de la vida cuando las emociones negativas nos dominan.
No hay forma de sentirse feliz cuando nos atormenta un agudo dolor de muelas.
Y es que el placer y el dolor, el bienestar y el malestar, son parte de la misma escala de sensaciones subjetivas que experimentamos de forma permanente.
Y como se trata de extremos de la misma gradación de sensaciones, no podemos al mismo tiempo experimentar malestar y bienestar, pues ambos son antagonistas.
El placer es, en buena medida, ausencia de dolor, del mismo modo que la felicidad es, en buena parte, ausencia de emociones negativas.
Pues como dice C.S. Lewis, “Dios nos susurra nuestros placeres, pero nos grita nuestro dolor”.

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