miércoles, 6 de noviembre de 2013

Decir adiós a la tristeza

La tristeza es un sentimiento que tiene un cierto componente de belleza.
Un halo romántico, que ha sido cantado y ensalzado por escritores y artistas a lo largo de la historia, en especial a partir del advenimiento del Romanticismo, y todavía hoy en día, en sus prolongaciones góticas.
A menudo las personas tristes se ven a sí mismas como personas románticas.
Y eso les confiere un cierto sentimiento de superioridad.
Aunque sólo sea porque están convencidas de que su desgracia e infelicidad son superiores a las de ninguna otra persona.
Sentirse tristes les confiere muchas veces un cierto sentimiento de inocencia e ingenuidad infantil.
Con frecuencia este sentimiento implica un deseo consciente o inconsciente de llamar la atención y requerir el cariño y afecto de los demás.
Los tristes del universo parecen querer expresar su insatisfacción con el mundo.
Su protesta por sus injusticias, sobre todo por aquellas de las que ellos mismos creen haber sido víctimas.
O a veces simplemente es una forma de gritar su amor apasionado, lamentablemente nunca correspondido.
O su angustia al sentirse víctimas de un destino ciego cuya lógica no comprenden.
O su desesperación por no ser capaces de experimentar satisfacción y felicidad en sus vidas.
Otras veces los tristes parecen estar simplemente tristes, sin causa ni razón alguna, de modo que al final la única razón para estar tristes es su propia tristeza.
Lo cierto es, aunque por su propia naturaleza la tristeza, como las demás emociones negativas, es desagradable y nos hace infelices, las personas podemos llegar a hacernos adictos a ella.
Esta emoción miserable conlleva sus propios y paradójicos mecanismos de recompensa cerebral.
En buena parte, esta recompensa se deriva de la sensación de protección, casi siempre falsa, que podemos creer hallar en ella.
Por eso a menudo los adictos a la tristeza dejan que ésta se cuele en sus vidas con una cierta resignación.
Se sienten arropados y consolados por su suave protección, pues quien está triste nada espera y no corre el riesgo de sufrir una nueva decepción.
Imaginan que de este modo se protegen contra las amenazas del mundo.
El peligro es que este falso amigo puede llegar a instalarse en su cerebro con tal persistencia, que después les resultará muy difícil desembarazarse de él.
En sus estadios más avanzados, cuando la tristeza se convierte en depresión, llega a producir una incapacidad prácticamente absoluta en las personas.
Incluso pueden llegan a permanecer en cama la mayor parte del tiempo.
Para los deprimidos severos, incluso pasear durante 10 minutos puede provocarles unos niveles de estrés superiores a lo que son capaces de tolerar.
Llega un momento en que estas personas ni siquiera son capaces de seguir sintiendo tristeza, melancolía, ni ninguna otra emoción.
Simplemente permanecen embotadas en una indiferencia emocional que hace que les parezca que la vida no tiene ningún sentido.
No dejemos que la tristeza se deslice en nuestras vidas.
Puede que nos evite sufrir alguna gran desilusión en la vida, pero a cambio simplemente no tendremos ilusión alguna.
La tristeza tampoco nos ayudará a solucionar las desgracias que hayamos podido padecer.
Ni hará que los demás se apenen de nosotros prestándose a cuidarnos y a mimarnos.
Más bien provocará que se aparten de nosotros para no verse contagiados por nuestros ánimos melancólicos.
Digamos para siempre adiós a la tristeza.
Ya lo dijo Gustave Flaubert, “Cuidado con la tristeza. Es un vicio”.

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