Un halo
romántico, que ha sido cantado y ensalzado por escritores y artistas a lo largo
de la historia, en especial a partir del advenimiento del Romanticismo, y
todavía hoy en día, en sus prolongaciones góticas.
Y eso les
confiere un cierto sentimiento de superioridad.
Aunque sólo sea
porque están convencidas de que su desgracia e infelicidad son superiores a las
de ninguna otra persona.
Sentirse tristes
les confiere muchas veces un cierto sentimiento
de inocencia e ingenuidad infantil.
Con frecuencia este sentimiento implica un deseo consciente o
inconsciente de llamar la
atención y requerir el cariño y afecto de los demás.
Los tristes del universo
parecen querer expresar su insatisfacción con el mundo.
Su protesta por
sus injusticias, sobre todo por aquellas de las que ellos mismos creen haber
sido víctimas.
O a veces
simplemente es una forma de gritar su amor apasionado, lamentablemente nunca
correspondido.
O su angustia al
sentirse víctimas de un destino ciego cuya lógica no comprenden.
O su
desesperación por no ser capaces de experimentar satisfacción y felicidad en
sus vidas.
Otras veces los
tristes parecen estar simplemente tristes, sin causa ni razón alguna, de modo
que al final la única razón para estar tristes es su propia tristeza.
Lo cierto es, aunque
por su propia naturaleza la tristeza, como las demás emociones negativas, es
desagradable y nos hace infelices, las personas podemos llegar a hacernos
adictos a ella.
Esta emoción
miserable conlleva sus propios y paradójicos mecanismos de recompensa cerebral.
En buena parte,
esta recompensa se deriva de la sensación de protección, casi siempre falsa, que
podemos creer hallar en ella.
Por eso a menudo
los adictos a la tristeza dejan que ésta se cuele en sus vidas con una cierta
resignación.
Se sienten
arropados y consolados por su suave protección, pues quien está triste nada
espera y no corre el riesgo de sufrir una nueva decepción.
Imaginan que de
este modo se protegen contra las amenazas del mundo.
El peligro es
que este falso amigo puede llegar a instalarse en su cerebro con tal
persistencia, que después les resultará muy difícil desembarazarse de él.
En sus estadios
más avanzados, cuando la tristeza se convierte en depresión, llega a producir
una incapacidad prácticamente absoluta en las personas.
Incluso pueden
llegan a permanecer en cama la mayor parte del tiempo.
Para los
deprimidos severos, incluso pasear durante 10 minutos puede provocarles unos
niveles de estrés superiores a lo que son capaces de tolerar.
Llega un momento
en que estas personas ni siquiera son capaces de seguir sintiendo tristeza,
melancolía, ni ninguna otra emoción.
Simplemente
permanecen embotadas en una indiferencia emocional que hace que les parezca que
la vida no tiene ningún sentido.
No dejemos que
la tristeza se deslice en nuestras vidas.
Puede que nos
evite sufrir alguna gran desilusión en la vida, pero a cambio simplemente no
tendremos ilusión alguna.
La tristeza tampoco
nos ayudará a solucionar las desgracias que hayamos podido padecer.
Ni hará que los
demás se apenen de nosotros prestándose a cuidarnos y a mimarnos.
Más bien
provocará que se aparten de nosotros para no verse contagiados por nuestros ánimos
melancólicos.
Digamos para
siempre adiós a la tristeza.
Ya lo dijo Gustave
Flaubert, “Cuidado con la tristeza. Es un vicio”.
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