Si cuando nuestro
hijo las ve, resulta que no son las zapatillas de marca que él había imaginado,
sino unas simples zapatillas de oferta compradas en el hipermercado, conseguiremos
un resultado bastante paradójico y decepcionante.
Aunque su
situación material objetiva sea ahora mejor, se sentirá más frustrado e infeliz
que antes de tener las zapatillas.
Las altas
expectativas que se había creado se habrán visto defraudadas.
Y es que, en
general, las personas no solemos frustrarnos por el simple hecho de carecer de
algún tipo de bien.
O por no poder
alcanzar algún tipo de logro.
Lo que importan
no son tanto los bienes o los logros en sí mismos, sino la comparación de éstos
con las expectativas previas que teníamos.
Siempre sucede
así.
Cuando el deseo
precede a la satisfacción de una experiencia placentera, la estimula y
potencia.
Pero si la
experiencia placentera anhelada no llega a tener lugar, o si no era tan
maravillosa como imaginábamos, entonces el resultado habitual es la frustración
y la insatisfacción.
Incluso el mero
hecho de pensar en las cosas buenas que tenemos o nos han sucedido hace que nos
sintamos más felices.
Lo mismo sucede
si pensamos en las cosas malas que hemos tenido la suerte de evitar
En cambio,
cuando vienen a nuestra conciencia las cosas que podríamos ser o tener y no
somos ni tenemos, eso nos hace sentir un poco más desgraciados.
Veamos por
ejemplo un experimento donde se pidió a dos grupos de personas que completasen
cinco frases diferentes.
A los integrantes
del primer grupo les pidieron que empezasen sus frases con “Estoy contento de no ser…”.
A las personas
del otro grupo les pidieron que escribiesen cinco frases que comenzasen con “Ojala fuera…”.
Cuando a
continuación se interrogó a los participantes en el experimento, resultó que
los "contentos de no ser..."
se sentían más conformes con su existencia.
Y se felicitaban
por tener una vida tan fantástica.
En cambio, los
del grupo del "ojalá fuera...",
se sentían más insatisfechos y deprimidos.
Y lamentaban su
mala suerte por tener unas vidas tan miserables.
Ciertamente,
desear cosas que no tenemos o no podemos obtener es una causa notable de
infelicidad.
Por eso las
personas hemos desarrollado la capacidad de conformarnos con lo que tenemos.
Si nos
encontramos con una necesidad o un deseo no satisfechos, tratamos de encontrar
la forma de satisfacerlos.
Pero si no lo
conseguimos, nuestra segunda mejor alternativa consiste simplemente en
resignarnos con la situación.
Nos gustaría
tener una casa grande, pero si nuestros medios económicos no nos permiten
tenerla, habitualmente tendemos a conformarnos con la casa pequeña que tenemos,
en lugar de sentirnos indefinidamente infelices e insatisfechos.
Quisiéramos que
nuestra pareja fuera Brad Pitt o Angelina Jolie, pero como esto queda fuera de
nuestro alcance, generalmente optaremos por renovar nuestros juramentos de
fidelidad al marido o esposa que tenemos a nuestro lado.
Ninguno queremos
lamentarnos eternamente por una casa o por un amor imposibles.
Nuestra
felicidad depende de nuestra capacidad para tener expectativas y aspiraciones
elevadas y alcanzarlas.
O bien, si eso
no es posible, de ser capaces de ir amoldando dichas expectativas a la
realidad, haciéndolas crecer o decrecer, de acuerdo a los resultados que vamos
obteniendo.
José Ortega y
Gasset lo expresó de esta forma: “El que no puede lo que quiere, que quiera lo
que pueda”.
Pero nada más
lejos de mi ánimo que expresar en este artículo un canto al conformismo.
Lamentarnos
eternamente por algo que está fuera de nuestro alcance es poco inteligente.
Pero
conformarnos con una existencia fútil que no nos satisface es aún más estúpido.
Tal como dijo Reinhold
Niebuhr, “Que Dios me conceda la serenidad para aceptar las cosas que no puedo
cambiar, el valor para cambiar las que sí puedo, y la sabiduría para
discernirlas”.
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