domingo, 10 de noviembre de 2013

Tus aspiraciones, tus expectativas, tu felicidad

Supongamos que le decimos a nuestro hijo que le vamos a regalar unas zapatillas deportivas.
Si cuando nuestro hijo las ve, resulta que no son las zapatillas de marca que él había imaginado, sino unas simples zapatillas de oferta compradas en el hipermercado, conseguiremos un resultado bastante paradójico y decepcionante.
Pese a haberle hecho un regalo, nuestro hijo se sentirá defraudado con nosotros.
Aunque su situación material objetiva sea ahora mejor, se sentirá más frustrado e infeliz que antes de tener las zapatillas.
Las altas expectativas que se había creado se habrán visto defraudadas.
Y es que, en general, las personas no solemos frustrarnos por el simple hecho de carecer de algún tipo de bien.
O por no poder alcanzar algún tipo de logro.
Lo que importan no son tanto los bienes o los logros en sí mismos, sino la comparación de éstos con las expectativas previas que teníamos.
Siempre sucede así.
Cuando el deseo precede a la satisfacción de una experiencia placentera, la estimula y potencia.
Pero si la experiencia placentera anhelada no llega a tener lugar, o si no era tan maravillosa como imaginábamos, entonces el resultado habitual es la frustración y la insatisfacción.
Incluso el mero hecho de pensar en las cosas buenas que tenemos o nos han sucedido hace que nos sintamos más felices.
Lo mismo sucede si pensamos en las cosas malas que hemos tenido la suerte de evitar
En cambio, cuando vienen a nuestra conciencia las cosas que podríamos ser o tener y no somos ni tenemos, eso nos hace sentir un poco más desgraciados.
Veamos por ejemplo un experimento donde se pidió a dos grupos de personas que completasen cinco frases diferentes.
A los integrantes del primer grupo les pidieron que empezasen sus frases con “Estoy contento de no ser…”.
A las personas del otro grupo les pidieron que escribiesen cinco frases que comenzasen con “Ojala fuera…”.
Cuando a continuación se interrogó a los participantes en el experimento, resultó que los "contentos de no ser..." se sentían más conformes con su existencia.
Y se felicitaban por tener una vida tan fantástica.
En cambio, los del grupo del "ojalá fuera...", se sentían más insatisfechos y deprimidos.
Y lamentaban su mala suerte por tener unas vidas tan miserables.
Ciertamente, desear cosas que no tenemos o no podemos obtener es una causa notable de infelicidad.
Por eso las personas hemos desarrollado la capacidad de conformarnos con lo que tenemos.
Si nos encontramos con una necesidad o un deseo no satisfechos, tratamos de encontrar la forma de satisfacerlos.
Pero si no lo conseguimos, nuestra segunda mejor alternativa consiste simplemente en resignarnos con la situación.
Nos gustaría tener una casa grande, pero si nuestros medios económicos no nos permiten tenerla, habitualmente tendemos a conformarnos con la casa pequeña que tenemos, en lugar de sentirnos indefinidamente infelices e insatisfechos.
Quisiéramos que nuestra pareja fuera Brad Pitt o Angelina Jolie, pero como esto queda fuera de nuestro alcance, generalmente optaremos por renovar nuestros juramentos de fidelidad al marido o esposa que tenemos a nuestro lado.
Ninguno queremos lamentarnos eternamente por una casa o por un amor imposibles.
Nuestra felicidad depende de nuestra capacidad para tener expectativas y aspiraciones elevadas y alcanzarlas.
O bien, si eso no es posible, de ser capaces de ir amoldando dichas expectativas a la realidad, haciéndolas crecer o decrecer, de acuerdo a los resultados que vamos obteniendo.
José Ortega y Gasset lo expresó de esta forma: “El que no puede lo que quiere, que quiera lo que pueda”.
Pero nada más lejos de mi ánimo que expresar en este artículo un canto al conformismo.
Lamentarnos eternamente por algo que está fuera de nuestro alcance es poco inteligente.
Pero conformarnos con una existencia fútil que no nos satisface es aún más estúpido.
Tal como dijo Reinhold Niebuhr, “Que Dios me conceda la serenidad para aceptar las cosas que no puedo cambiar, el valor para cambiar las que sí puedo, y la sabiduría para discernirlas”.

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